Monday, March 18, 2013
Domingo de Ramos, 24 marzo 2013
DOMINGO DE RAMOS - 2013
1.- Entrada de Jesús en Jerusalén: Evangelio según San Lucas: 19,28-40
Jesús entró en la ciudad de Jerusalén sentado sobre un pollino de borrica, y a su encuentro salió una multitud con ramos de olivos. Lo aclamaron y acogieron. Otros no lo recibieron.
Hoy Jesús viene a nuestro encuentro con humildad y sencillez. Acojamos al Señor que se acerca a cada uno de nosotros. Abramos las puertas de nuestro corazón al Señor que llega y llama a nuestra puerta.
Es necesario derribar y quitar todo aquello que impide que el Señor entre en nuestro corazón: el pecado y todas sus formas: egoísmos, soberbias, envidias, frivolidades, lujurias, injusticias, desprecio de los demás…
Es necesario abrir, como un niño, nuestras manos pobres para dejarnos tomar y coger por las manos de Jesucristo que son misericordiosas y compasivas. Hemos de consentir con agrado que el Señor nos construya de nuevo y nos haga santos.
Tenemos que ofrecer signos claros de la misericordia entrañable de Dios que se nos ha mostrado y manifestado en Jesús de Nazaret.
La Iglesia tiene que ser cada día más la Iglesia de la misericordia. El principio que explica la vida y a la misión de la Iglesia es el “principio- misericordia”. Nunca lo olvidemos.
2.- Profeta Isaías 50,4-7.
El Siervo de Yahvé manifiesta: “No escondí el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado”.
El profeta anuncia que el Siervo de Yahvé sufriría una pasión inmensa, que aceptó sin ocultarse ni huir.
Ese Siervo es el mismo Jesucristo. Quedamos sobrecogidos ante la pasión del Señor: desde el huerto de Getseman hasta la cruz en el monte Calvario. Nos sentimos confundidos y sin palabras ante Jesucristo que sufre y experimenta en sí mismo tanto dolor siendo, santo e inocente. ¡Tanto nos amó que entregó su vida por nosotros, para redimirnos y liberarnos del pecado, de la ley y de la muerte!.
¡Señor! Que cuando nosotros suframos, que no perdamos la fe, ni se nos enturbie el amor, ni nos cerremos a los demás. Que vivamos nuestro sufrimiento físico o moral, material o espiritual, unidos profundamente al Señor. El amor ha de transformar nuestro sufrimiento en acontecimiento de gracia.
¡Señor! Que cuando estemos ante una persona que sufre, no nos mostremos indiferentes ni enfadados ante ella; sino que nos acerquemos con sencillez a escuchar su dolor, a acompañarlo en su sufrimiento, a mostrarle la ternura y misericordia que tanto necesita.
3.- Salmo Responsorial 21. “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”
Cada vez que decimos y rezamos este grito de Jesús, suena dentro de nosotros como un grito desgarrador que se levanta en medio de la pasión, del sufrimiento, de la crucifixión, de la muerte…
Con todo, tengamos presente que este grito de dolor es el comienzo de un salmo de esperanza. Comienza con la experiencia del dolor y termina con un grito de serenidad y de esperanza en Dios. Bajo esta luz hemos de entenderlo y rezarlo. Cuando nos encontremos con el sufrimiento y el dolor propio o ajeno, pidamos al Señor que nos conceda la gracia de decir con sencillez y confianza: “aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque Tú vas conmigo”. Que podamos decir con serenidad y paz: “Sólo Tú, Señor, me haces vivir tranquilo”.
El Beato Juan Pablo II dice: “Para poder percibir la verdadera respuesta al “por qué” del sufrimiento, tenemos que volver nuestra mirada a la revelación del amor divino, fuente última del sentido de todo lo que existe. El amor es también la fuente más rica del sentido del sufrimiento, que es siempre un misterio; somos conscientes de la insuficiencia e inadecuación de nuestras explicaciones. Cristo nos hace entrar en el misterio y nos hace descubrir el “por qué” del sufrimiento, en cuanto somos capaces de comprender la sublimidad del amor de Dios” (“Salvifici doloris”, 13).
4.- Carta de San Pablo a los Filipenses 2,6-11: “Cristo se humilló a sí mismo; por eso, Dios lo exaltó”.
Meditemos este himno cristológico de San Pablo sin prisas y arrodillado nuestro corazón ante el Señor. Así podremos entender el misterio de Jesucristo. Desde el seno misterioso del Padre, el Hijo inició el camino del descenso hasta hacerse semejante en todo a nosotros menos en le pecado para llegar a ser sumo sacerdote compasivo con nosotros y fiel a la voluntad del Padre. Siendo rico, se hizo pobre y humilde para enriquecernos con su pobreza; y escogió la obediencia dejándose construir y edificar por la voluntad del Padre hasta la muerte en cruz en el Gólgota. Por eso, el Padre lo exaltó y le dio el “Nombre-sobre-todo-nombre” para que toda rodilla se doble ante Él y toda lengua confiese que Jesús es el Señor para gloria del Padre.
Cada palabra es un misterio.
Cada frase nos sobrecoge.
Sólo el amor explica este itinerario de Jesucristo que nos salva.
5.- Evangelio según San Lucas 22. Pasión de Jesucristo.
Escuchemos con fe y amor, un año más, la lectura de la pasión de Jesucristo. Cristo se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz.
En nuestros días, Cristo recorre los pasos y estaciones de su pasión en tantos eres humanos que están clavados a la cruz por el dolor y el abandono, por la soledad y el hambre, por la enfermedad y la exclusión, por la falta de trabajo y de casa, por la persecución y la opresión…
Escuchemos el grito de dolor que nos envían estos seres humanos. No cerremos los oídos ante ellos ni tomemos otro camino para evitar encontrarnos de cara con ellos. En ese clamor de los pobres, desvalidos, enfermos, ancianos, abandonados…está presente el grito de Cristo. “Jesucristo no habrá terminado de sufrir hasta que el último de sus hermanos haya dejado de padecer”.
Por eso, acerquémonos a los sufrientes para curar sus heridas, cargar con ellos y encargarnos de ellos. Haremos así realidad la Iglesia samaritana.
Que el Señor nos bendiga a todos y nos haga bendición para todos.
Cáceres, 18 de marzo de 2013
Florentino Muñoz Muñoz
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