Sunday, October 2, 2011

Vigesimo septimo Domingo del Tiempo Ordinario, 2 octubre 2011

(Isaias 5, 1-7; Filip 4, 6-9; Mt. 21, 33-43)

San Miguel Arcángel, Defensor de la Iglesia, Campeón del Pueblo de Dios, Ángel de Guardia de la Iglesia Universal y de la Eucaristía, ruega por nosotros!

En estos días recordamos con fe, devoción y gratitud el ministerio de los Ángeles, mensajeros de Dios y Guardianes del Pueblo Santo, la Iglesia! Nos iluminan, nos guían y nos animan en conocer y cumplir la voluntad de Dios en nuestras vidas. Debemos diariamente reconocer su presencia y ser atentos a sus inspiraciones y agradecer a Dios por su auxilio.

Dios nos recuerda hoy en las lecturas de este domingo del gran misterio que compartimos en ser creados en Su imagen y semejanza y este misterio es la Iglesia. Dios nos ha creado como individuos, si, hombres y mujeres, en la imagen y semejanza de Dios y Hombre verdadero. Jesucristo nuestro Señor. Pero somos creados también en la imagen y semejanza de la Santísima Trinidad, una comunidad y comunión perfecta de Tres Personas distinctas, unidas por el mismo Amor y en la misma Vida Divina. Y la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo Resucitado, es la manera y forma que Dios nos une y nos reúne para vivir como esta comunidad y comunión de personas unidas en el mismo amor y la misma vida divina de Jesucristo nuestro Señoree para participar en la misma obra y misión de unir y reunir a todos los hombres como un solo pueblo, en una sola familia de Dios en que vivamos como verdaderos hermanos y hermanas con un mismo Padre eterno y todopoderoso, amando y sirviendo a la Santísima Trinidad y a los unos a los otros por toda la eternidad.

La Iglesia es este misterio, y esta comunidad y comunión de personas que nos forma y nos hace el pueblo santo de Dios, el pueblo preferido y escogido por el amor de Dios para revelar Su presencia y obrar maravillosamente de parte de la salvación de los hombres y producir frutos abundantes del Reino de Dios.

Tenemos que vivir este misterio que somos - la Iglesia - vivir esta comunión con Dios y con unos a los otros. Ser una verdadera comunidad de hermanos y hermanas, unidos por el amor y gracia de Dios. Tenemos trabajar más por la Iglesia, puesto que por esto fuimos creados y llamados a la existencia. Amad la Iglesia, respetadla, estimadla con todo el corazón y disfrutan de sus tesoros espirituales. En ella se encuentran la salvación y el refugio, el consuelo en el trabajo, la esperanza en este destierro terrenal y luz y la verdad en la oscuridad. Un santo ha dicho mi vida es la Iglesia!

Cuando nos hablan hoy en las lecturas de este domingo de la viña del Señor que es el pueblo de Dios y el fruto que esperaba su Dios y dueño, podemos comprender la grandeza de su responsabilidad en producir y dar frutos abundantes conforme de su privilegiada llamada y elección de ser pueblo escogido por Dios y podemos comprender el coraje de Dios en no encontrar el fruto esperado. Fue castigada, dijo el profeta Isaías, la casa de Israel, por no dar el fruto en su tiempo que esperaba su dueño. Con fuertes palabras, también, Jesucristo dijo a los pastores y al pueblo por su falta de cumplir su gran vocación: "Por eso os digo que se os quitara a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos." Y también "la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente."

Nosotros somos el nuevo pueblo de Dios - la Iglesia - llamados a cumplir con la gracia y poder de Dios la misma responsabilidad de revelar la presencia y las obras maravillosas de nuestro Padre y Dueño y producir y dar verdaderos frutos de justicia y santidad conforme a nuestra elección y llamada de ser el pueblo santo de Dios en el mundo de hoy.

Y para que esta nueva viña - la Iglesia - permanezca siempre y sea instrumento de salvación, tiene que estar al servicio de la verdad, de la justicia y de los valores que promueven y salvan al hombre.

Dios mismo nos ha plantado con mucho amor en Su viña para dar frutos abundantes, no agrazones, zarzas ni cardos como en el antiguo testamento, pero nuevos frutos de todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable. Todo lo que es virtud o merito, dice San Pablo, tenedlo en cuenta y ponedlo por obra. Este es lo que busca el Señor y si el Señor busca estos frutos en nosotros Su viña, entonces debemos también con todo el corazón, desear, rezar y obrar para realizar estos frutos del reino de Dios en nuestra propia vida como la Iglesia.

La Virgen Maria, Madre de la Iglesia y Madre nuestra, nos enseña por su ejemplo y nos ayuda por su gracia y amor a realizar este gran designio y deseo de nuestro Padre, que demos fruto abundante con nuestras vidas y que vivamos el misterio de la Iglesia que somos. Ella nos dio el fruto bendito de su vientre Jesús como nuestro Salvador y Señor Y como coopero en la obra de nuestra salvación y redención al mensaje del Ángel, nos anima a nosotros también en nuestra devoción a ella a cooperar todos en la obra de la salvación y redención de los demás.

Cada vez que rezamos el Ave Maria, el Espíritu Santo nos ilumina que el fruto más precioso y más importante delante de Dios nuestro Padre es: el don de la vida de Su Hijo Jesucristo. "Dios de salve Maria llena de gracia el Señor es contigo; bendita tu eras entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús!"

Para que demos el fruto bendito de Jesucristo con todas nuestras vidas tenemos imitar y seguir a la Virgen Santísima que escuchaba y meditaba todos los días, en su corazón inmaculada, la Palabra de Dios, la llevo en práctica y dio a luz a Jesucristo al mundo como su Salvador. Jesucristo en nuestro corazón y alma; Jesucristo en nuestros deseos y pensamientos; Jesucristo en nuestras palabras y obras; Jesucristo, Luz del mundo y Salvación del hombre!

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