Thursday, February 14, 2013

Primer Domingo de Cuaresma, 17 febrero 2013

HOMILÍA Iº DOMINGO DE CUARESMA – 2013 CICLO “C” La Cuaresma es “un retiro colectivo de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia, proponiendo a sus fieles el ejemplo de Cristo en su retiro al desierto, se prepara para la celebración de las solemnidades pascuales con la purificación del corazón y una práctica perfecta de la vida cristiana” (San León Magno). La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza y termina la tarde del Jueves Santo, antes de comenzar la “Misa en la Cena del Señor”. La Cuaresma debe ser un tiempo del año en el que oremos con más frecuencia, leamos y meditemos la Palabra de Dios, nos convirtamos con sinceridad al Señor y seamos más caritativos y solidarios con los más necesitados. ¡No recibamos en vano ni la llamada del Señor ni su gracia!. 1.- Las Lecturas * Libro del Deuteronomio 26, 4-10. Este texto contiene la profesión de fe de Israel, el pueblo elegido por Dios y liberado por Él de la esclavitud de Egipto. * Salmo Responsorial 90: acompáñame, Señor, con tu ayuda en la tribulación y en el sufrimiento para que no sucumba. Esta es la oración que surge en nuestro corazón creyente y confiado en el Señor. * Carta de San Pablo a los Romanos 10, 8-13. San Pablo exhorta a los cristianos de Roma a que perseveren en la fe que han recibido: Jesucristo ha resucitado de entre los muertos y es la fuente de salvación para todos. * Evangelio según San Lucas 4,1-12. El Espíritu Santo fue guiando y llevando a Jesús por el desierto mientras era tentado por el demonio. Jesús rechazó la tentación. ¡Ayúdanos, Señor, a vencer la tentación y a permanecer siempre a tu lado a lo largo de toda nuestra vida. 2.- Sugerencias para la homilía Benedicto XVI nos ha dicho en su Carta “Porta Fidei” que “El Año de la Fe será “un momento de gracia y de compromiso por una conversión a Dios cada vez más plena, para reforzar nuestra fe en él y para anunciarlo con alegría al hombre de nuestro tiempo (…) El Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida (…) Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección” (n.6). 2.1.- ¡Señor, yo creo, pero aumenta mi fe Estas son las primeras palabras que hoy dirigimos al Señor. Somos creyentes, pero nos damos cuenta también de que nuestra fe es débil y se puede desmoronar. No pocos eran practicantes y hoy se han alejado de la Iglesia y de los sacramentos… No pocos, que en otro tiempo eran creyentes, hoy han perdido la fe y viven como si Dios no existiese En un ambiente de increencia, de indiferencia religiosa, de ateísmo… en el que vivimos, debemos tener el valor, la valentía y la decisión de hacernos unas sencillas preguntas porque también nos puede afectar este ambiente: * ¿Creemos de verdad en Dios? * ¿Nos fiamos de Dios? * ¿Cómo es nuestra fe? Sean cuales fueren nuestras respuestas, no dudemos un instante de volvernos al Señor para suplicarle con humildad y confianza: * “¡Señor, yo creo pero mantén mi fe” * “¡Señor, yo creo pero aumenta mi fe” El Señor resucitado saldrá a nuestro encuentro a través de la Iglesia, testigo y transmisora de la fe en el Señor, para invitarnos una vez más a creer en Él y en su palabra. Que nosotros podamos escuchar aquellas palabras de Jesucristo: “Más dichosos los que crean sin haber visto”. 2.2.- Cuidemos nuestra fe El creyente ha de cuidar su fe para no perderla. El peligro de la rutina, superficialidad y abandono de la fe siempre acecha al creyente. Una fe que no se forma, que no se celebra, que no se vive, que no se testimonia tiene el riesgo de desmoronarse, de perderse… A.- Alimentar la fe La fe necesita ser alimentada diariamente sobre todo a través de la escucha de la Palabra de Dios y de la oración porque el hombre está tentado de abandonar. No pocas pérdidas de la fe se deben a que ésta quedó en aquella lejana vivencia de la infancia. En otras cosas, la persona ha ido madurando: afectivamente, culturalmente, profesionalmente, económicamente… pero quizás se sigue siendo un niño en lo tocante a la fe. Es como si pretendiésemos vestirnos o alimentarnos de adultos con aquella ropa o papilla de nuestra más tierna infancia. Una fe que no se forma ni se alimenta se tiene el riesgo de perderla. B.- Celebrar la fe. Debemos celebrar la fe. La fe no es una realidad privada, aunque será siempre personal. La oración, la liturgia y los sacramentos recibidos han de ser celebrados en la fe, han de fortalecer nuestra fe, han de ayudarnos a reconocer y gustar la presencia de Dios entre nosotros. C.- Realizar la misión que nos confía cada sacramento Todo sacramento celebrado y recibido lleva consigo una llamada a la evangelización e implica una misión peculiar. • El sacramento del perdón nos pide perdonar al que nos haya ofendido. • El sacramento de la Eucaristía nos pide entregar la vida por los demás. • El sacramento de la confirmación nos pide ser testigos de Jesucristo en el mundo D.- Testimoniar la fe. Hemos de testimoniar esa Fe. Vivimos en un mundo plural, que, a veces, se muestra hostil con el hecho cristiano por razones muy diversas. Nuestro deber y compromiso es evitar la arrogancia al testimoniar a Jesucristo y el complejo para no anunciarle jamás. El testimonio hoy nos debe mover a la audacia de la nueva evangelización y a dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza a quien nos la pida. “No nos avergoncemos nunca del Evangelio”. 2.3.- Transmitamos la fe Comuniquemos a otros nuestra fe. El Señor nos ha dado la misión de anunciar el evangelio a todos los hombres y mujeres. No guardemos el evangelio para nosotros solos. En el sacramento del bautismo hemos recibido la luz de Cristo para ser en el mundo luz de Cristo. No guardemos esta luz bajo de la mesa, sino pongámosla en la mesa para que alumbre a todos. Así hemos de hacer con el Evangelio de Jesucristo. ¿Qué estamos haciendo con la luz del evangelio? ¿La estamos guardando para nosotros solos? ¿Iluminamos las tinieblas del pecado, de la injusticia, de la maldad, de la mentira con la luz de Cristo? ¿Anunciamos a Cristo, la verdadera luz del mundo? 3.- De la Palabra a la Eucaristía En el corazón de la Eucaristía, con la Iglesia universal proclamamos con fe y amor: este es el sacramento de nuestra fe. Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección ¡Ven, Señor Jesús! 4.- De la Eucaristía a la Misión Con la fuerza que nos da la participación en el banquete eucarístico y las ascuas encendidas del Espíritu, salgamos al mundo a anunciar a Jesucristo a todos. “Id, y haced discípulos míos a todas las gentes…”. No nos quedemos en casa; hemos de ir a las plazas, a las calles, a las encrucijadas de la historia, a los nuevos escenarios de la evangelización, y ser aquí testigos del Señor por el testimonio de nuestra vida, por la palabra, por el servicio de la caridad… Abramos también el “atrio de los gentiles” en este tiempo de la nueva evangelización. Jesucristo es el único Redentor y Salvador del mundo. Él es el Hijo de Dios hecho hombre. Terminamos. Unidos en la plegaria. Cáceres, 12 de febrero de 2013 Florentino Muñoz Muñoz

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