Wednesday, October 31, 2012
XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, 29 octubre 2012
HOMILIA XXXI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO – 2012
CICLO “B”
El Año de la fe
“La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin la fe seria un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino (…) Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando “unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia” (2 Pedr.3,13)” (Benedicto XVI).
1.- Las Lecturas
* Libro del Deuteronomio 6,2-.6. “Escucha Israel: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…Guarda estas palabras en tu corazón”. Acojamos nosotros estas palabras y no las olvidemos nunca y las hagamos realidad.
* Salmo Responsorial 17: “Yo te amo, Señor. Tú eres mi fortaleza”. En medio de nuestras dificultades y sufrimientos acudamos siempre al Señor porque Él nos ama, nos atiende y nos socorre
* Carta a los Hebreos 7,23-28. Cristo permanece para siempre, por eso tiene el sacerdocio que no pasa. Cristo está sentado a la derecha del Padre e intercede por nosotros. Confiemos en Él.
* Evangelio según san Marcos: 12, 28b-34. Jesús nos enseña: “Amarás al Señor tu Dios, y amarás a tu prójimo como a ti mismo como a ti mismo”.
2.- Sugerencias para la homilía
2.1.- El amor a Dios. ¿Qué significa amar a Dios?
* Estar ante Él con humildad y sencillez; ser disponible y obediente ante su mandato; mostrarnos vigilantes y esperanzados ante su llegada.
* Poner el fundamento de nuestra vida en Él y dejar en sus manos nuestro presente y nuestro futuro.
* Confiarnos a Él como Padre y esperar de Él el crecimiento y la consumación de nuestra persona y de nuestra historia.
* Romper con todo lo que nos aleja de Él, cortar con todo lo que pone en peligro nuestra fidelidad a Él y alejarnos de todo aquello que pretende separarnos de Él.
* Despreocuparnos de nosotros mismos y ocuparnos en lo único necesario: el reino de los cielos (Lc.17,7). No nos inquietemos por tantas cosas que reclaman nuestra atención; no nos dejemos seducir por tantas cosas que piden nuestra adhesión. Tengamos en cuenta que sólo una cosa es necesaria: ponerse a los pies de Jesús, escuchar su palabra y cumplirla, y seguirle de cerca….
Este amor a Dios exige sacrificios y renuncias ya que la existencia cristiana, al revivir el destino de Jesús, encontrará la oposición externa, las tentaciones…
Los poderes, que se oponen al amor de Dios, son el dinero, la ambición, el prestigio ya que ponen en peligro la fidelidad del discípulo de Jesús y el amor de Dios.
2.2.- El amor al prójimo
El amor a Dios y el amor al prójimo no se pueden separar. La Iglesia ve y contempla a Cristo como el Buen Samaritano de la parábola, que hace suyos los dolores y sufrimientos de todos los hombres, que carga con los heridos del camino de la vida y se encarga de los sufrientes…
El discípulo de Jesús tiene que tener entrañas de misericordia, como las tiene Jesús, quien refleja las entrañas de Dios. “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. La responsabilidad, el poder y deber hacer por el otro fundan la grandeza y la seriedad de la vida humana.
De este modo cumplimos el mandamiento que nos ha dado Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn.13,34
3.- De la palabra a la Eucaristía
En la Eucaristía encontramos a Jesucristo que nos da su Cuerpo y su Sangre como comida y bebida. Dejémonos acoger, alimentar y salvar por el Señor. No demos la espalda a la Eucaristía. “No se edifica ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la sagrada Eucaristía (…) Esta celebración para que sea sincera y cabal, debe conducir lo mismo a las obras de caridad y de mutua ayuda de unos para con otros que a la acción misional y a las varias formas del testimonio cristiano” (PO 6).
4.- Del sacramento del altar al sacramento del hermano
Participar en la Eucaristía lleva consigo implicarnos en la entrega de Jesucristo. La Eucaristía, sacramento de la muerte y resurrección de Cristo, ha de llevarnos a todos, sacerdotes, religiosos/as, y laicos a hacernos don, entrega total y generosa, hasta dar la vida, por amor, al servicio de los hermanos, especialmente de los más pobres.
Terminamos. Unidos en la oración
Cáceres, 29 de octubre de 2012
Florentino Muñoz Muñoz
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